Al fin ya habían acabado las cosechas en todo Panem y no podía sentirme mas ligera, esto de ser mentora a lo largo de los años dejaba de tener alegría y se convertía en algo tedioso, a los tributos que me habían tocado los últimos años no les había puesto suficiente atención pero no podía hacer eso ahora puesto que mi hija era una tributa, no estaba feliz con eso pero si lograba sobrevivir dejaría de ser la niña malcriada que siempre ha sido.

Salí del tren ya que acabábamos de llegar al Capitolio, los primeros días siempre eran los mejores, podía ver a los patrocinadores vueltos locos por los nuevos tributos, igual veía a Ammber y Trent saludando aunque sabía que mi hija odiaba todo esto, se notaba porque esa sonrisa era más bien hipócrita. Llevaba un hermoso vestido de color rojo y mi cabello suelto por debajo de los hombros en forma de caireles, unas zapatillas realmente brillantes y un brillo labial rojo. A la hora de entrar tuve que guiar a los chicos a donde sería su estancia en el lugar, sus habitaciones y darles unas ciertas reglas de cómo estarían en el lugar, no era sencillo tratar con chicos de sus edades y debía ser muy descriptiva con lo que no me gustaba que se hiciera mientras estuvieran en mi presencia.

Luego bajé por el elevador hasta la planta baja, necesitaba descansar del movimiento del Tren, aunque muchos decían que casi no se sentí yo podía sentir todo el trayecto, ahora solo quería estar estable allí. Salí del elevador y fui hasta una esquina sacando un espejo para observarme, no podía perder la belleza y mucho menos aquí que cualquier patrocinador podría verme y los necesitaba mínimo para que la malcriada no muriera en esa arena.

-Buenos días- dije a las personas que pasaban y ellos me respondían con una sonrisa, seguí mirando cada una de mis facciones cuando sentí la mirada de alguien pegada en mi, no sabía de quien pero la sentía. Bajé el espejo y lo vi allí, era Brutus. Sonreí sensualmente de lejos intentando llamar su atención.